Quiero recordar la figura de Jules Gabriel Verne, conocido en los países de habla hispana como Julio Verne. Verne nació en 1828 y murió en 1905, sin poder ver muchas de las cosas sobre las que escribió. Sus obras son las segundas más traducidas en el mundo, después de las de Agatha Crirstie.
Durante su vida se dedicó a coleccionar de forma compulsiva artículos sobre avances científicos, siendo considerado, muy a pesar de él mismo, como "uno de los creadores de la literatura de ciencia ficción". Digo esto porque en una entrevista Julio Verne comentó (Comparando su obra con la de George Wells): "Sus historias no reposan en bases científicas. No, no hay relación entre su trabajo y el mío. Yo hago uso de la física pero él inventa".
Sea como fuera (uso de la física o invención) en las novelas de Julio Verne podemos encontrar muchos de los avances técnicos que hoy conocemos, sirva como ejemplo los siguientes:
"Ante la
bandera" /"Los quinientos millones de la Begún": Las armas de destrucción masiva.
"Robur el Conquistador": El helicóptero.
"De la Tierra a la Luna", "Alrededor de la Luna": Las naves espaciales.
"Una ciudad flotante": Los grandes transatlánticos y las muñecas habladoras.
"París en el siglo XX": La red internet y motores de
explosión.
"20.000 leguas de viaje submarino", 2La isla misteriosa": El submarino y los motores
eléctricos.
"La isla misteriosa": El ascensor.
Aún hoy en día se discute cual fue la "fuente de información" que usó para sus escritos, existiendo un sin fin de teorías que intentan dar respuesta al dilema planteado. ¿Observación científica? ¿Revelaciones de órdenes secretas? ¿Casualidad? ¿Viajes en el tiempo?...Elijan las que más les guste.
Si desean saber más sobre este extraño personaje les invito a visitar la siguiente WEB: http://www.jverne.net
Es poco conocido que Julio Verne habló de Las Islas Canarias en su novela "Agencia Thompson y Cía", publicada en 1907, dos años después de morir su autor. En un principio se le atribuyó la novela a su hijo, pero estudios posteriores han concluido que Verne padre escribió los 20 primeros capítulos, siendo terminada por su hijo tras su fallecimiento.
Aquí les dejo un "extraño encuentro" de los protagonistas con "los negros de Artenara" (Gran Canaria), "revolucionados" con los turistas ya que piensan que quieren poner en el lugar un sanatorio para enfermos contagiosos.
No
podía pensarse en pasar la noche en Artenara, pues la hospitalidad de aquellos
trogloditas hubiera sido necesariamente muy rudimentaria. Impúsose una hora de
marcha todavía y hacia las seis pudieron echar pie a tierra definitivamente en
Tejeda, pequeña villa a que ha dado su nombre de Caldera.
…
El guía, en efecto, había conducido a los turistas a un albergue; un miserable
albergue. Muy suficiente para él mismo, habíalo juzgado suficiente para los
demás, y nada comprendió a través de las muecas de disgusto que acogieron la
señal de «alto». En todo caso era ya demasiado tarde para hacer
recriminaciones. Toda vez que Tejeda no tenía nada mejor que aquel albergue,
menester era contentarse con él.
…
Si a fuerza de ingenio se logró encontrar un abrigo suficiente para las
señoras, los hombres, liados en mantas, en cubiertas, hasta en sacos, tuvieron
que contentarse con el duro suelo o con la hierba al aire libre. Aun cuando el
clima sea suave en las islas Canarias, la madrugada no deja de aportar cierto
frescor, muy perjudicial para los reumáticos.
…
Alice y Roberto, que marchaban al frente, se detuvieron y buscaron con la
mirada al guía indígena. El guía había desaparecido. En un momento se hallaron
todos los turistas reunidos en el cruce de ambos caminos formado un grupo y
comentando con viveza aquel singular incidente.
…
– No podemos esperar más –declaró terminantemente–. La desaparición del guía no presagia nada bueno, y estoy persuadido de que alguna cosa le ha sucedido a Mr. Morgand. Por lo que a mí hace, marcho a su encuentro sin esperar ni un minuto más.
– No podemos esperar más –declaró terminantemente–. La desaparición del guía no presagia nada bueno, y estoy persuadido de que alguna cosa le ha sucedido a Mr. Morgand. Por lo que a mí hace, marcho a su encuentro sin esperar ni un minuto más.
–Mi hermana y yo iremos con usted –dijo Alice con voz firme.
–Iremos todos –exclamó sin vacilar la unanimidad de los turistas.
…
Al llegar a un recodo del camino, detuviéronse repentinamente los turistas
prestando oído alentó a un tumulto confuso, semejante al murmullo de una
muchedumbre, que llegaba hasta donde ellos se encontraban.–¡Despachemos! –gritó
Roger, sacando de nuevo su caballo al galope.
En pocos segundos la tropa de los turistas llegó a la entrada de una aldea, de donde salía el ruido que llamara su atención. Aldea de las más singulares, no contaba con casas; era una nueva edición de Artenara. Sus habitantes se alojaban a expensas de las murallas que bordeaban el camino. Por el momento, aquellas moradas de trogloditas estaban vacías. Toda la población, compuesta única y exclusivamente de negros, había invadido la calzada y se agitaba lanzando increíbles vociferaciones.
La aldea se encontraba evidentemente en ebullición. ¿A causa de qué? Los
turistas no pensaban en preguntárselo. Toda su atención estaba monopolizada por
el espectáculo imprevisto que ante sus ojos se ofrecía. A menos de cincuenta
metros veían a Roberto Morgand, sobre el que parecía converger la cólera
general; Roberto había echado píe a tierra, y, arrimado a una de las murallas
transformada en colmena humana, defendíase como mejor podía, resguardándose con
su caballo.
El animal, nervioso, se movía en todos sentidos, y las coses que lanzaba por
doquier mantenían libre un amplio espacio en torno de su dueño.
No parecía que los negros poseyesen armas de fuego. Sin embargo, cuando los
turistas llegaron al terreno de la lucha, tocaba éste a su término. Roberto
Morgand iba debilitándose sensiblemente. Después de haber descargado su
revólver, y desembarazándose así de dos negros, que permanecían tendidos en el
suelo, no contaba ya como arma defensiva más que con su látigo, cuyo pesado
mango había bastado hasta entonces para salvarle. Pero, asaltado a un tiempo
por tres lados a la vez, apedreado por una turba de hombres, de mujeres y de
chiquillos, era dudoso que pudiese resistir por más tiempo. La sangre corría
por su frente.
La llegada de los turistas le aportaba un socorro, pero no la salvación.
…
Entre éstos y Roberto se interponían centenares de negros, gritando, aullando,
con tanta excitación, que no se habían dado cuenta de la presencia de los
recién llegados.
Roger, como a un regimiento, iba a ordenar la carga a todo riesgo, cuando uno
de sus compañeros previno la orden.
De repente, saliendo de las últimas filas de los excursionistas, lanzose un
jinete como un alud, y cayó como el rayo sobre los negros. A su paso, los
turistas habían podido reconocer con estupefacción a Mr. Blockhead que, pálido,
lívido, lanzando lamentables gritos de angustia, se aferraba al cuello de su
caballo, asustado por los clamores de los negros.
A aquellos gritos respondieron los negros con exclamaciones de terror. El
caballo, enloquecido, galopaba, saltaba, pisoteaba todo lo que encontraba a su
paso.
…
–Es verdad –reconoció Roberto–. Pero ¿podía yo suponer que se atentase a mi
humilde persona? Además, estoy convencido de que la casualidad ha sido la que
lo ha hecho todo, y que usted habría tenido igual acogida, si en mi lugar
hubiera usted ido a aquel pueblo de negros.
–En realidad, ¿qué clase de colonia es esa, negra en pleno país de raza blanca?
–Una antigua república de negros –respondió Roberto–. Hoy, hallándose como se
halla abolida la esclavitud en todo país dependiente de un Gobierno civilizado,
esta república ha perdido su razón de ser. Pero los negros tienen cerebros obstinados,
y los descendientes persisten en las costumbres de los antepasados, y así
continúan enterrados en el fondo de sus cavernas salvajes, viviendo en un
aislamiento casi absoluto, sin aparecer a veces en las poblaciones próximas
durante más de un año.
–No son muy hospitalarios –observó Roger, riendo –. ¿Qué diablos pudo usted
hacerles para ponerles de aquel modo en revolución?
–Absolutamente
nada –dijo Roberto–. La revolución había estallado antes de mi llegada.
–
¡Hombre! ¿Y por qué motivo?
–No me lo han contado; pero he podido adivinarlo fácilmente por las injurias
con que me han abrumado. Para comprender sus razones, precisa saber que los
canarios ven con malos ojos como los extranjeros llegan a su país cada vez en
mayor número, pues creen que todos esos enfermos dejan en sus islas algo de sus
enfermedades, y que acabarán por hacerlas mortales. Ahora bien, aquellos negros
se imaginaban que nosotros acudíamos a su pueblo con objeto de fundar en él un
hospital de leprosos y de tísicos. De ahí su furor.
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